Libros y democracia: las ramas de un mismo árbol
Nos despedimos del 2023 con este número de Microscopía, ya pensando en el próximo. Imaginando, planificando, armando una nueva edición que llegará ante ustedes el año que llega. Así como hay mejores y peores tiempos en la vida, también hay mejores y peores espacios: lugares que nos ponen felices o tristes. Hacer esta revista, compartirla con ustedes, nos hace felices, en el tiempo y en el espacio. Y hablando de eso, dedicamos este número a la Democracia, una construcción social, de un colectivo solidario, que se resguarda en el equilibrio de derechos y responsabilidades comunes.
Muchas y muchos de ustedes son jóvenes y conocen la Historia a través de diferentes memorias. Una de esas fundamentales memorias es el libro.
¿Saben cuál es el instrumento que más molesta a los totalitarios? Sí, es el libro, es el texto en sí. Las palabras libro y libertad se parecen. No es casualidad.
“Los libros son hijos de los árboles, que fueron el primer hogar de nuestra especie y, tal vez, el más antiguo recipiente de nuestras palabras escritas. La etimología de la palabra encierra un viejo relato sobre los orígenes. En latín, liber, que significaba libro, originariamente daba nombre a la corteza del árbol o, para ser más exactos, a la película fibrosa que separa la corteza de la madera del tronco. Plinio el Viejo afirma que los romanos escribían sobre cortezas antes de conocer los rollos egipcios (…)”

“En latín, el término que significaba libro sonaba casi igual que el adjetivo que significaba libre, aunque las raíces indoeuropeas de ambos vocablos tenían orígenes distintos. Muchas lenguas romances, como el español, el francés, el italiano o el portugués, han heredado el azar de esa semejanza fonética, que invita al juego de palabras, identificando la lectura y la libertad. Para los ilustrados de todas las épocas, son dos pasiones que siempre acaban por confluir”.
Así lo explica la filóloga y escritora española, Irene Vallejo Moreu, en su libro exquisito El infinito en un junco. Elegimos esta definición entre las innumerables que existen, entre las muchísimas que expresan el sentido vincular entre los libros y la libertad, solo porque nos gustó mucho.
Entre las chicas y chicos de nuestra redacción hay jóvenes. Y hay otros más veteranos. De esos que atravesaron la dictadura y vieron cómo sus padres y amigos enterraban los libros, de los títulos más variados, en la hoy inverosímil tarea de ocultar el conocimiento ante el peligro de la locura, en su rostro más siniestro. Un peligro capaz (realmente capaz) de condenar a muerte al lector libre.
En la Historia, se han censurado, se han quemado, se han prohibido infinidad de libros, pero nada los calla. La democracia es la hermana mayor del libro, la que lo protege, la que lo cuida, la que lo preserva de la intolerancia. Y él le devuelve esa gentileza indispensable. Por eso, 40 años de democracia ininterrumpida son también 40 años de vida de los libros, de vidas en la libertad de conocer.

Todo texto es una señal de libertad, en tanto cuenta lo que somos, la esencia imperfecta, la existencia difícil. Por eso, la palabra escrita es tan temida. Como dijo Borges, funciona como memoria e imaginación.
En esta edición van, como siempre, argumentos a favor del permanente aprender. Se trata del tratamiento de temas que nos sorprenden de manera original. Acaso porque sus protagonistas viven a la vuelta de la esquina y son un poco, también, nuestro ser colectivo.
Ojalá se hayan cumplido sus anhelos; ojalá les queden propósitos por cumplir; ojalá les queden dudas. Andar es eso, transitar anhelos, elaborar propósitos y existir en las dudas. Son los motores que impulsan a las sociedades, tan parecidos a los objetivos que empujan a la educación que parecen ramas de un mismo árbol que extiende su esencia al infinito.