Uruguayos y argentinos en tierra de rivalidad futbolera y nutrición cultural

Serviría el ícono del mate para simbolizar los profundos, diversos y múltiples lazos que unen a la Argentina y a Uruguay. Carlos Gardel podría ser otra síntesis de pertenencia y sin dudas, resulta patrimonio de ambos países el Río de La Plata, ese a quien Leopoldo Lugones se refirió como “el río de aguas color de león”. Podríamos contar muchos más. Y, entre ellos, claro, el fútbol.

Opinan desde la sociología que el fútbol es una práctica de orden social y cultural, que no se agota en la mera competencia. Sin embargo, la rivalidad cobra en la cancha y fuera de ella -entre las aficionadas y los aficionados- una sustancia clave para entender por qué, en ese universo, la lógica borgeana de simplificar el juego en “once hombres que corren tras una pelota” es, a la vez, provocativa y demasiado racional.

El fútbol es pasional. Por tanto, fuera de él, cuando el árbitro pita el inicio del juego, todas las elucubraciones e intentos por permanecer pasivos ante el encuentro resultan casi siempre infructuosos. Sin pasar a las exageraciones -que deforman un bello encuentro de personas que son adversarios solo por 90 minutos- es realmente difícil sostener la impavidez ante el virtuosismo o torpeza de los propios y viceversa. Los gritos son clamores al cielo profundo del destino, donde hay un Dios que, probablemente, ríe, ante la nimiedad de los reclamos.

No contamos nada nuevo. Ocurre aquí que, frente a los vecinos orientales, a quienes tantos talentos debemos, los argentinos llevamos más de un siglo de goles propiciados y recibidos, de alegrías y tristezas, de glorias y sinsabores. Se lo denomina el Clásico del Río de la Plata.

El primer partido que disputaron Argentina y Uruguay se realizó en Montevideo, un 16 de mayo de 1901.

Desde entonces, muchas olas fueron y vinieron desde ambas costas. 

Lo cierto es que cuando la pelota comienza a rodar por el césped, a las márgenes del Río de La Plata, mujeres y hombres se colocan su camiseta e hinchan por sus colores: blanco y celeste, para las argentinas y los argentinos, y celeste, para las uruguayas y los uruguayos.

Entre cada partido, sin embargo, la vida sigue. Y en ese transcurrir es innegable que ambos países han albergado a los máximos representantes vecinos, no solo en el deporte, sino y con verdaderas glorias de la combinación, a exponentes de la cultura y de las artes.

El siguiente video es una muestra de ello, de lo fecundo que pueden resultar los lazos entre ambas naciones, cuando la creatividad y talento de cada uno. En este caso, se trata de un recuerdo de China Zorrilla sobre Jorge Luis Borges. Es tan emotiva la anécdota que sirve para pintar una historia común y también un porvenir, un futuro trazado en la memoria y la fuerza de la imaginación, con su impronta tan conocida por ambos, como es la conjunción de los vecinos, en la Sudamérica de todas y todos.

China Zorrilla recuerda a Jorge Luis Borges