El país, en el aula y en la cancha

María Laura Bruun en la pileta supervisando a los chicos nadadores

Me llamo María Laura Bruun. Soy profesora de educación física desde hace 29 años. Como jugadora de cestoball representé al país por más de una década y recibí dos veces el Olimpia de plata (máximo galardón al deporte nacional). Hoy trabajo como inspectora a nivel central (afectada a nivel central). Estos días que huelen a Mundial y épica colectiva me linkean con mi historia. La que les vengo a compartir:

Estos tiempos de sentimientos colectivos, de banderas en las ventanas e ilusiones en las miradas, me conectan con esos días. Con aquellas jornadas tan interminables como felices, en las que pasaba de las clases al CENARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) y de las zapatillas o el silbato, a la ropa de la selección. Sin escalas.

Corría 1993 y apenas me recibía del Profesorado de Educación Física. Eran tiempos en los que empezaba a destacarme, a nivel nacional e internacional, en cestoball, deporte que amo y que me dio innumerables alegrías. Pero, a la vez, había descubierto mí vocación docente, la cual no dejaría atrás nunca más. 

Tomé horas suplentes en la Primaria 104 de Morón, en el barrio de emergencia Carlos Gardel. Me quedaba cerca del club y esa era una ventaja. Las chicas y los chicos me enamoraron enseguida. No era solo enseñarles un deporte colectivo, nunca es solo eso, era asimismo enseñarles a trabajar en equipo, en búsqueda de un bien común.

El deporte para mí fue estructurante, una forma de vida. Y eso mismo traté de transmitir en ellas y en ellos. Es muy fuerte cuando ves que esto le llega a chicas y chicos de tan corta edad, y más, cuando tienen tantas necesidades. Es porque adquieren otras herramientas. Aprenden que si se juntan y trabajan pueden hacer cualquier cosa. Esa era una “medalla” que me llevaba puesta todos los días de la escuela.

Sin embargo, este punto no era el fin de mi jornada. Ni cerca. Terminaba de trabajar en la escuela y era el turno de entrenar a las chicas de divisiones menores del club SITAS (mi club), para finalizar con la práctica con la primera división. Eran días eternos. Así y todo, concurría dos veces por semana al CENARD, para entrenar con la selección. Hacía colectivo-tren-colectivo, cuando no me quedaba a dormir ahí.

El Cestoball era (lo sigue siendo) un deporte no hegemónico. Así que yo, que apenas pasaba los 20 años, iba creciendo con él. Había que mostrarlo al mundo. Eran años de muchos viajes, de mucho aeropuerto y mucho extrañar. 

A veces estaba en un vestuario a continentes de distancia y recordada el patio de la 104. Sus ruidos y aromas no existen en ningún otro lugar del planeta. Pensaba siempre en mis chicas y chicos, que me despidieron con abrazos, cartas y canciones. ¿Cómo estarán? ¿Habrán ido todos a clase? ¿Se habrán acordado que hoy jugábamos? 

No eran tiempos de Internet, así que no tendrían noticias mías hasta que pudiera volver al hotel, a llamarlos. Pero para ellas y ellos, entre o no la pelota en el aro, la “profe” siempre ganaba.

Recuerdo cuando recibí los Olimpia de Plata (93 y 95). Era la premiación más importante del deporte nacional en esos años. Yo aprovechaba para sacarme fotos con Maradona, Ruggeri, Gabriela Sabatini y otros ídolos. 

Las chicas y los chicos veían después las fotos con esas estrellas que sólo conocían por TV y allí sus sueños se hacían más tangibles, más cercanos.  Sentían que si la “profe Lau” podía ¿por qué ellos no?

Pero lo que más rememoro de aquellos años era llevar el VHS (Sistema de Video doméstico, en traducción castellana) de la premiación a la escuela. La directora preparaba un salón y las chicas y los chicos miraban expectantes e ilusionados que llegara mi turno. Cuando la cinta se aproximaba a mi parte, ellas y ellos gritaban “ahí está la profe” y explotaban como un gol y aplausos cuando subía al escenario.

Tengo en mis retinas y mi corazón para siempre esas caritas. Su alegría sincera me hacía sentir no solo que los representaba, sino que ellos veían en mí un recorrido de sueños a seguir.

Hoy, ellas y ellos, como mujeres y hombres, estarán realizando su propio recorrido. Me alegra pensar que dejé alguna huella para que en ese trayecto trabajen por sus sueños.

Me gustaría que sepan que su “profe Lau”, sigue creyendo en ellas y ellos, y que si siguen manteniendo aquellas caras de asombro, estarán ganando, aunque la pelota ingrese en el aro o no.