“Participar de los Juegos Olímpicos fue cumplir un sueño que ni siquiera tuve”
Manuel Álvarez, profesor de Educación Física, narra su historia; una aventura única que tuvo dos escenarios paralelos: el patio de la escuela y la Generación Dorada de básquet.
“La Educación Física es, ante todo, educación”, les repetía Manuel Álvarez a sus estudiantes. Lo afirmaba convencido. Muchos años después, el docente bonaerense pudo ratificar esa máxima en el mayor evento deportivo a nivel planetario: los Juegos Olímpicos.
“Si bien es una frase que suena a latiguillo, a mi juicio es un absurdo separar al deporte de la educación. El deporte, más allá de la disciplina y el premio al esfuerzo, te enseña un montón de cosas: a respetar al adversario y a la autoridad, a superar frustraciones, a saber ganar y saber perder, y también a entender lo que es formar parte de un equipo. Por más que hagas un deporte mal llamado individual, siempre hay un aspecto colectivo, un grupo de trabajo que acompaña al atleta”, cuenta quien, al mismo tiempo, fue el preparador físico de la Generación Dorada y profesor de Educación Física en la ciudad de La Plata.
Manu –como le dicen sus estudiantes– es un tipo sencillo que entrenó al mejor plantel de la historia del básquet argentino, pero nunca quiso dejar la escuela. Un tipo sencillo a pesar de haberse codeado con los grandes del deporte y de haber disfrutado de cuatro Juegos Olímpicos: 2008, 2012, 2016 y 2021. Un tipo sencillo que hoy, a sus 54 años, acepta una extensa charla con MICROSCOPÍA.
- Viviste cuatro ediciones diferentes. ¿Cómo definís a los Juegos Olímpicos?
- Es la máxima expresión del deporte, donde aparece la versión más genuina de los deportistas. Ahí nadie va por dinero; se va por la gloria y me parece que el camino correcto es entender a la gloria como un desafío personal. Es un evento hermoso que refleja a la perfección el amateurismo: muchos saben que van a perder, pero sin embargo participar ya representa un logro gigante.
- ¿Qué significó en lo personal vivir esa fiesta del deporte desde adentro?
- Participar de los Juegos Olímpicos fue lo mejor que me tocó vivir en el ámbito deportivo, fue cumplir un sueño que ni siquiera tuve. Son cosas que le pasan a poca gente: este año, por ejemplo, viajaron 136 atletas argentinos de 46 millones de habitantes que tiene el país. Las posibilidades de ir son ínfimas y por eso fue cumplir un sueño que no se me había ocurrido. Tuve la suerte de que me tocara a mí y con el plus de que lo viví con la Generación Dorada.
- ¿Y cuál es la sensación de subirse a un podio olímpico, como les pasó en 2008 con la medalla de bronce?
- Participar es lo máximo que le puede pasar a un deportista. Si después te toca estar en el podio, ya es tocar el cielo con las manos. Cuando lo cuento, me vuelvo a emocionar; recién ahora, que pasaron más de 15 años, me está cayendo la ficha de que fui parte de un equipo que ganó una medalla olímpica. Fue un logro deportivo tremendo, pero en lo personal siento que la medalla es de los deportistas y eso me lo enseñaron los Juegos Olímpicos que solamente le entregan premios a los atletas. Aunque fue un gran objetivo cumplido, no me confundió: por eso nunca dije que soy medallista olímpico.
- Y luego de esos Juegos Olímpicos de 2008 disfrutaste de tres ediciones más…
- Después de haber participado del primero sentí que no le podía pedir más nada a la Educación Física y tuve la dicha de ir a tres más. El Juego Olímpico es un acontecimiento fantástico y vivirlo fue algo verdaderamente alucinante. Disfruté de la elite del deporte y aprendí de la transversalidad cultural; ahí te encontrás con costumbres totalmente diferentes, con patrones sociales muy distintos. A pesar de eso, la villa olímpica es un lugar único en el que todos usan la misma ropa, comen la misma comida y viven en idénticas condiciones: todo eso iguala a los deportistas, desde los más consagrados hasta los menos conocidos, y eso genera que todos se sientan especialmente cómodos.
- ¿Te pasaron cosas que, a la distancia, te cueste creer que hayan sido ciertas?
- Sí, muchísimas. Ya me costaba creer ser parte de un cuerpo técnico que entrenaba a Ginóbili, Scola, Nocioni y Delfino, entre otros, y en los Juegos me encontré al lado de figuras del deporte como Phelps, Bolt, Nadal, Federer… Como no soy tan cholulo disfruté mucho más del contexto que de acercarme a las grandes figuras, pero sí aproveché para observar entrenamientos de enormes deportistas como por ejemplo Bolt a quien fui a ver en varias oportunidades. Todo eso resultó un gran aprendizaje, que me permitió apreciar las tendencias a nivel mundial.
- ¿Qué fue lo más insólito que viviste en tu vasta experiencia olímpica?
- Lo más raro fue que Usain Bolt me pidiera un mate. Me acuerdo que me preguntó qué era eso que estaba tomando, le conté y estuvimos charlando. En los Juegos de 2008, en el edificio de al lado estaba Jamaica y a veces venían porque en el nuestro andaba mejor internet. También recuerdo cuando Michael Phelps ganó su séptima medalla de oro y entró al comedor: se dio una explosión de aplausos. Más allá de este tipo de anécdotas, siento que lo más insólito fue que haya podido disfrutar de la Generación Dorada durante tantos años.
- Viviste más de una década con ese plantel. ¿Cómo era ese equipo que quedó en la historia del deporte mundial?
- La Generación Dorada era compromiso, esfuerzo, dedicación y disciplina, pero sobre todo humildad. En todo momento pensaron más en el equipo que en lo individual y nunca tuvieron problemas en cambiar algo de su juego personal en pos del bien colectivo. Se desvivían por autosuperarse, pero como grupo. Luis Scola, después de un amistoso nocturno, me ha pedido entrenar solo a la mañana siguiente porque quería mejorar el tiro de tres puntos. La Generación Dorada fue un grupo que se llenó de gloria y nunca se le fue el hambre de ganar. Por eso, a pesar de que muchos ya no estaban, siguió consiguiendo logros hasta 2019 cuando se quedó con el subcampeonato del mundo e incluso 2021 cuando terminó los Juegos Olímpicos en puestos de vanguardia. Para mí, que soy docente, ellos fueron una enseñanza constante.
- ¿Cómo fue ese recorrido docente que, durante años, coincidió con tu trabajo en el seleccionado argentino de básquet?
- Yo me enamoré de la Educación Física en cuanto empecé a estudiar, me recibí muy joven y nunca dejé la escuela. Jamás. Cuando vos representás al país te podés tomar una licencia y eso me permitió seguir mi trayectoria como profesor. Si volviera a tener 18 años, volvería a elegir la misma carrera.
- Ahora sos director del Colegio del Centenario de La Plata, pero para tus estudiantes seguís siendo el Profe Manu. ¿Cómo es eso?
- Porque nunca me saqué las zapatillas, ni siquiera ahora que soy directivo. Sigo haciendo los viajes educativos con mis estudiantes y trabajando en colonias porque amo profundamente la Educación Física. Es una asignatura que cuenta con mala prensa, pero que tiene mucho para dar; Argentina tendría que tomar muchos valores que se aprenden en el deporte. Cuando a mí me preguntan la profesión, no digo que soy director; yo digo que soy docente. Para mí la docencia es sagrada y me encanta que gente joven se inicie en este recorrido porque es maravilloso.
Manuel Álvarez es, para el mundo del básquet, el preparador físico que ayudó a la Generación Dorada a mantener su vigencia. Él, a pesar de la gloria y de los cuatro Juegos Olímpicos vividos, prefiere definirse de otra manera: simplemente un docente que se enamoró de la Educación Física.