En primera persona
Paola, un chapuzón en la escuela rural

La realidad es que las y los docentes podemos llegar a las escuelas rurales por azar, pero nos quedamos para siempre por alguna razón. Razón que, si me acompañan algunas líneas, les voy a tratar de explicar.
No va a ser fácil. Se van a querer ir de la lectura alguna vez. Y, sin duda, algunas y algunos me tratarán de loca o de ingenua. Y probablemente tengan razón.
Pero quizá, lo que les tengo para contar, sea como ese primer pie que se acerca al mar helado. Ese que te hace presentir que la vas a pasar mal pero, después del primer chapuzón, tenés todo un verano para recordar.
Soy docente de Artística desde hace 20 años. Y llevaba 15 cuando me enteré de que en el barrio de Los Hornos, Partido de Moreno, se iba a abrir una escuela primaria, la cual me interesaba por una cuestión de cercanía. Lo que no podía saber, es con lo que me iba a encontrar.
Antes de las cinco de la mañana ya había que salir a tomar un colectivo que me dejaba a 30 cuadras, porque no entraba al barrio. Había un interno que sí ingresaba, pero lo hacía en determinados horarios y siempre que no lloviera. Así que muchas veces, tenía que esperar a compañeras y compañeros, para armar un grupo y caminar por esos 3 kilómetros, cuando todavía era de noche.
El barrio Los Hornos tiene ese nombre porque ahí funcionaban hornos de ladrillos. Es un terreno súper arcilloso, al que la lluvia hace impenetrable y donde los autos casi siempre se quedan.
El rojizo, de tan impregnado en la ropa, llega un momento que ya no se ve. Se imaginarán lo peligroso que es esa especie de lodo pantanoso que se hace con el agua. Muchos nos accidentamos en el camino. Algunos gravemente.
El barrio de la Escuela 84 es principalmente de inmigrantes latinoamericanos que llegan al país buscando una vida mejor. Antes de la escuela, estuvieron casi diez años reclamando por un lugar donde sus hijos pudieran aprender.
Eso llevó el asunto a una judicialización. Casi 200 familias habían presentado un recurso, porque las escuelas más cercanas estaban a muchos kilómetros y ninguna tenía vacante. El colegio nace en ese momento, y por esa medida. Eran casi 1.600 chicos, en ocho aulas containers (aulas modulares). Imaginen cómo quedaban nuestras gargantas, luego de dar clases a más de 50 chicos por aula.
Yo traía mi proyecto de Artística y me encontré con pibes y pibas de 10 u 11 años a quienes teníamos que enseñar a leer y escribir. Algunos no hablaban castellano. Ni hablar de documentos o vacunas.
Todo lo que sabía antes de llegar, todo lo que había programado, tenía que repensarlo.

No importaba si eras docente de Matemática, Artística, o Prácticas del Lenguaje, había que alfabetizar y devolverles a las chicas y los chicos, algunas y algunos ya saliendo de su niñez, un poco de lo que les había sido negado hasta entonces.
Me encontré enseñando a casi adolescentes a escribir su nombre. Muchos vivían en casas donde sus familiares eran también analfabetos o casi no hablaban castellano.
¿Cómo iba a empezar a enseñar arte a chicas y chicos que primero tenían que aprender a identificarse? Para estudiantes que tenían que aprender a percibirse, la abstracción que implica pensar el arte era imposible, por lo menos en un principio.
El invierno era crudísimo y muchos venían en alpargatas, con las narices heladas y con infecciones respiratorias. Con las y los docentes juntábamos plata para comprarles bufandas y gorros, principalmente para los meses más críticos.
Un día nos contagiamos todos de sarna. Primero fueron dos maestras y después todos. Yo llegaba a casa y me esperaba una beba. No podía abrazar a mis hijas hasta bañarme. Era cada día y cada hora, una odisea. Cada noche me preguntaba si ese esfuerzo valía la pena.
Llegamos al chapuzón
Entonces, vos que me acompañaste hasta acá, te estarás preguntando: ¿Por qué? ¿Por qué seguir yendo? ¿Por qué quedarse? ¿Por qué no dejar esa lucha tan quijotesca como inevitablemente perdida de pelear contra un mundo despiadadamente desigual?
¿Saben una cosa? Yo les cambio la pregunta, y les digo: ¿Cómo irse? Porque así y todo, de algún modo, la magia de aprender empieza a funcionar. Y te encontrás dibujando caminos para que aprendan las consonantes, o cantando canciones para que incorporen el idioma. No importa si tienen 6 u 11 años, hay que empezar. Y de repente, una chica o un chico me dice que espera los viernes para ir a mis clases. Y ves que sus ojos empiezan a cambiar y su cabeza a abrirse.
Incluso cuando entrás al barrio, a ese barrio que van pocos, ellos te ven llegar con el guardapolvo y sentís el respeto de todos. De grandes y chicos. Eso es algo que no ves en otros lados.
Cuando nos quedábamos varados, los mismos padres nos iban a buscar. Para ellos no somos sólo sus maestras y maestros, somos un poco la mamá y el papá. Y hasta a veces somos un poco su orgullo.
Un día llevé a mis hijas a que conocieran la escuela. Ellas me pidieron conocer donde trabajo y las llevé. Primero no podían entender por qué me iba a un lugar tan lejos y tan inaccesible.
Pero cuando los chicos vieron a mis hijas, se sintieron felices y halagados. Porque venían a conocerlos, a conocer su escuela. ¡La alegría que tenían todos! Mis hijas y ellos. Por una vez no fueron los olvidados, sino los elegidos, los anfitriones. Ese sentido de pertenencia, sólo te lo dan las escuelas rurales.
¿Ustedes saben que tengo una exalumna que fue medalla Panamericana? ¡Es medalla Panamericana en fútbol! A pesar de todas las dificultades que tuvo, hoy está en la élite de la actividad que ama. ¿Cómo no me voy a quedar a ayudar a que otras y otros lo logren?
Ahí ves que si lográs cambiar la cabeza de un chico, aunque sea un solo chico, créanme que no te vas más. Es que a esa persona le estás abriendo una puerta para siempre. Puertas a las que esas calles de arcilla y lodo les decían que no se les iban a abrir nunca. Vos estás ayudando a que se abran.
Por suerte, desde el 2020 estamos con la escuela conformada. Hoy, las aulas modulares cambiaron por 8 aulas de cemento, dos pisos, SUM, ascensor, estufas y ventiladores. Incluso tenemos asfalto y salita. Y hasta una escuela secundaria conformándose al lado.
En los primeros años ya tenemos a todas y todos los estudiantes alfabetizados. Algo que me parecía imposible. Hay un montón de cosas para mejorar, pero muchos derechos hoy están más subsanados, desde aquellos días de volver a casa después de que el colectivo nos dejara a pie, llenas de barro y cansancio.
Y todavía vamos por esas cosas a conseguir, que no son pocas y son urgentes. Pero díganme ustedes, si les parece que me puedo escapar de tanto amor y tanta esperanza.
Cuando veo a las chicas y los chicos aprender (hoy sí doy Arte) y pienso en el camino recorrido, no solo me enorgullezco como docente, sino como mamá, porque este es mi modo de mostrarles a ellas que se puede vivir en un mundo más justo.
No sé si ser docente rural es ingenuo o no. Pero sé que si hay algo que se te impregna más que la arcilla a la ropa un día de lluvia, es la esperanza de un mundo mejor. Y créanme que eso sí que no se va con el agua.
* Paola Palacios es docente de Artística y muralista. Lleva más de la mitad de su vida dando clases en las escuelas de entornos rurales y urbanos del distrito de Moreno, al que pertenece. Trabaja principalmente con niñas y niños de Primer Ciclo. Además, junto con la colega Julia Collino, encabezó el proyecto mural de la Primaria 49 “Darle Vida a las Cuerdas”, en conmemoración a Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, quienes fallecieron el 2 de agosto de 2018, tras la trágica y recordada explosión en esa escuela.