“Mirando el horizonte, esperándome llegar”
Me llamo Silvina López, soy docente de una escuela del Delta, en San Fernando, desde hace 3 años, y les quiero contar cómo es dar clases en las Islas y por qué no lo cambiaría por ninguna otra forma de docencia.
Sólo el que navega estás aguas conoce la soledad de estos muelles. Estos muelles en los que esperan chicos y chicas que a veces parecen olvidados, como si no estuvieran sus ojos impacientes, mirando al horizonte, esperándome llegar.
Ellos saben que siempre estoy. Mejor dicho, que siempre estamos, porque no soy yo sola. Somos un montón de maestras y maestros que pasamos, muelle a muelle, a buscar a nuestras alumnas y alumnos.
Cuando la embarcación se acerca a la costa, nos ponemos bien en el borde, lo más cerca posible. Esperamos ansiosas el encuentro que llega con una mano que lo sostiene y culmina con el primer abrazo. Para mí, en ese momento, la Primaria 11 de Arroyos Las Cañas abre sus puertas.
Por eso decimos que en el Delta las clases nunca empiezan cuando se iza la bandera o cuando suena una campana. Acá, las clases comienzan cuando nos entrevemos de lejos, estudiantes y docentes. Cuando atrás de la marea hay un pibe con guardapolvo blanco esperando en esas pequeñas tarimas de madera, ya estamos enseñando.
Una hora antes de ese abrazo (a eso de las 7.30), los docentes de Isla ya estamos esperando en la estación fluvial la embarcación, que nos va a llevar junto a ellos a nuestra escuela.
Vamos con todo el material listo: trabajos, fotocopias, actividades, todo, porque en cuanto suban los chicos, y con el río como testigo, la lancha se transformará en una pequeña gran escuela.
Serán dos horas de viaje, donde cada alumno o alumna que se suba se sumará a esa primera clase. Los docentes trabajamos en conjunto y ya no importa de quién es cada chica, cada chico. Entre todas y todos nos cuidamos y todas y todos enseñamos.
El arribo a la escuela es como llegar un poco a nuestra casa. Pasamos muchas horas acá y nos transformamos todos en una gran familia. En nuestras escuelas no sólo se aprende: se desayuna y se almuerza, hay un vínculo social que tiene que no siempre ocurre en el continente. Para nuestras alumnas y alumnos ese suele ser el único lazo social por fuera de la familia.
En el Delta no hay clubes o plazas donde los chicos puedan interactuar por fuera de sus casas. El rol social que ocupa la escuela isleña es casi total. Desde la soledad de los muelles, la escuela es el lugar de encuentro y único puente social, por eso ninguno deja de venir por frío o por calor.
La rutina de nuestros alumnos de isla no es como en el continente. Los estímulos son distintos y muchos menos ruidosos. Chicos criados con la paz del río de fondo, saben mucho de corrientes y de vegetación autóctona, pero suelen poner distancia con ese mundo al que desconocen y que les provoca un poco de temor.
Nuestra tarea es sacarlos un poco de ese miedo. Y que, de esa forma, sean más libres, más autónomos, más independientes. Al fin de cuentas, aprender no es otra cosa que nadar por aguas en las que no estamos tan acostumbrados. Aprender es tomar riesgos que nos abran la cabeza.
Yo suelo tener los primeros grados y hay algo que me emociona muchísimo: se produce cuando ellos comienzan a leer. Ver cómo se expande su mundo, cómo se interesan por conocer animales, culturas distintas, eso me llena de felicidad.
Mi tarea y la de mis compañeras y compañeros va por ahí. Que ellas y ellos se den cuenta de que pueden hacer lo que quieran, ir a donde quieran, ser quienes quieran ser. Y aunque el muelle parezca solitario, hay tantos y tan distintos que, con solo ese primer abrazo, alcanza para no estar solos.