En primera persona

Ernesta: la libertad de aprender

Ernesta mirando tele

Cuando la Educación llega a través del tiempo.
 

En algún lugar de San Francisco Solano, suena un teléfono desde CABA, con el mensaje de una ciudadana que quiso aprender para sentirse un poco más libre.

“¡Hola Angélica! ¿Cómo estás? Acabo de tener mi primera clase de gimnasia por el celu. ¡Yo te dije que iba a poder! Toda la clase por zoom, me hice. Yo sola entré, me sumé y pum pam. Todo desde acá, con mis amigos de San Martín. No sabés lo cansada que estoy de hacer tanta gimnasia. ¡Pero estoy chocha! Hice todo como me enseñó el profe Jorge.

Cuando me pude conectar, todas las compañeras aplaudieron. Y ahí sí, nadie me paró. ¡Fuaaa, no sabés cómo hice gimnasia! Y ahora ya me dijeron las vecinas de Suárez que puedo participar de la misa del padre Pepe también. Esa no me la pierdo ni loca. Es lo que más extraño del barrio.

Vos sos mi hermana y sabes cómo soy. Cuando me pongo algo en la cabeza, viste como soy. Es que para hacer algo nuevo, lo primero es estar convencida y querer aprender. ¡Yo siempre lo dije!


¿Te acordás hace 40 años, cuando vine sola de Paraguay por ese trabajo que me habían prometido y nunca llegó? Todo el camino estuve llorando, pero yo siempre fui cabeza dura.
Cuando se enfermó Daniel… y había que seguir trabajando. Pobre, mi Daniel… Pero yo siempre entre chiste y chiste, para adelante.  Imagínate si sabré de distancias y de ausencias. No me iba a ganar este Coronavirus, Angélica. ¡No, si yo sabía que no!  


Le dije a tu sobrino Juan, cuando me trajo a vivir a la Capital y se iba a trabajar todo el día: 'Yo tengo que aprender cómo hacés vos para hablar por el telefonito, porque tengo mi iglesia, mis amigos y mi barrio, todo en San Martín ¡Y acá estoy sola!'.

Nunca me rendí con la soledad. Ni cuando falleció mi esposo, ni cuando me vine al país y dejamos allá a nuestros seis hermanos; ni cuando Juan se fue a hacer su familia, o cuando dejé el barrio, y no lo voy a hacer ahora.

Yo en Suárez manejaba todo. Les preparaba las tortas para los cumpleaños a las chicas y, las hacía reír en la iglesia. ¡Siempre decían que era una loca! Y acá, estaba sola ¿No hay gente en este barrio? ¿No hay vecinos? En la tele sólo hablaban de gente que se enferma o muere ¡Pero yo estoy viva! ¿Por qué no voy a aprender, si así las puedo ver aunque sea por pantallita?  Hace 75 años que puedo con todo, mirá si me va a ganar un telefonito… ¡Si yo quiero aprender, yo voy a aprender!

Te cuento como fue: yo desde la mañana sabía que lo quería hacer. Y lo quería hacer sola porque Juan nunca me tiene paciencia. Siempre está apurado, pero si lo hacía sola, no iba a depender más de nadie.

Jorge, el profe del CEF, ya me había explicado todo por teléfono y yo me había anotado todos los pasos. Igual estaba re nerviosa, tanto que cuando escuché una voz dije: ¿Disculpe? Enseguida todos aplaudieron y nos reímos mucho.

Lo mejor fue cuando vino Juan a la noche y le conté. ¿Cómo te animaste?, me preguntó. Y… probando… No voy a esperar que vengas vos, hijo, le dije.

Ya le pedí un teléfono con cámara para mandar fotos, y si no me quiere explicar no importa, yo aprendo. O me ayudan los chicos del CEF.  

Me dijeron que hay cursos muy buenos para adultos. ¡A ver si creen que me voy a rendir tan fácil! No, Angélica, ahora el telefonito lo manejo yo. Y que hijos y nietos esperen. Es más, ¿querés que te mande un zoom? Pero en un rato, porque ahora tengo la misa del Padre Pepe.

Besitos a la familia, hermana, ahora te mando unos stickers por celu. Chau, chau”.


Ernesta Fretes, de 75 años, es una de las alumnas del CEF 92 de San Martín, específicamente de las clases de Educación Física para adultas y adultos mayores. 
Es viuda, madre, abuela y hermana. Vino de Paraguay hace 45 años. Trabajó desde su llegada en casas de familia y se jubiló hace dos años.

Con la implementación del ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) en 2020, tuvo que mudarse de José León Suárez a Capital para quedarse cerca de su hijo Juan, y de esa manera perdió el contacto con parte de su entorno social y educativo. 

Para asegurar su continuidad pedagógica, desde el Centro de Educación Física, le facilitaron las herramientas para conectarse en forma remota. 

Allí fue donde encontró docentes dispuestos a enseñar más allá de los límites del aula o del gimnasio. El resto lo hicieron sus ganas de independizarse y su voluntad para recuperar el contacto con su “lugar en el mundo”.

"Antes que nada hay que estar convencidos", dijo Ernesta, quien no se cansa de mirar hacia adelante con el ímpetu de seguir aprendiendo todos los días de su vida.

Ernesta