Desde los helénicos hasta las pantallas: el educador en su tiempo

Desafíos, roles y concepciones de maestras y maestros que buscaron respuestas colectivas en las diferentes eras. En definitiva, la historia de la humanidad está acompañada por el pensamiento y los hábitos docentes de una época. Pragmatismo y saber crítico con la distancia y las pretensiones de un ensayo.

Línea de tiempo

La génesis

Los primeros educadores de la historia fueron sofistas, cuando la ciudad de Atenas predominó por sobre Esparta en la Grecia clásica del siglo V a. C. Esta tendencia filosófica se denominó así porque sus integrantes tenían la misión de educar en la sabiduría (Filo-Amar Sofía-Sabiduría, en griego).

Educar era para varones estudiantes y maestros de retórica, como Platón y Aristóteles, que se enfocaban en el relativismo y en observar la naturaleza, crear leyes, evaluar la moralidad, entrometerse en el conocimiento del lenguaje y sostener el escepticismo respecto al valor absoluto del conocimiento. Tal como lo recrea en su novela best seller “El mundo de Sofía” el escritor noruego Jostein Gaarder, en donde la protagonista recibe anónimamente de parte de su padre un curso de filosofía por correspondencia. Una especie de tutor tribal de la era moderna.

Sin embargo, la tarea docente demoró siglos en ser considerada como un derecho. En la antigüedad, las comunidades trasmitían conocimientos para resolver dificultades de orden vital. Con la llegada de las metrópolis esta situación se tornó más compleja y la función social de educador se vinculó a la organización ciudadana. Pero el educador romano y griego tenían una misión clave: formar el statu quo para gestionar y trazar estrategias de gobierno de las incipientes democracias. En definitiva estaban abocados a la política aunque también eran valorados, en la búsqueda estética y la perfección, por ser impulsores o mentores de la educación física, la música, la literatura y principalmente la filosofía.

La etapa medieval, que fue subsiguiente al Imperio Romano, tomó un camino de tinte netamente eclesiástico y en esa realidad el educador era el clérigo formando a la nobleza. Incluso de una forma hasta contradictoria, si se quiere, porque se asociaba el pensamiento mágico con la racionalidad.

La transición

Luego, con la llegada de la modernidad y el advenimiento de la burguesía y la perspectiva de clases sociales, el educar y el ser educado siguió siendo para unos pocos, pero fue el principio del rol de la educadora y el educador en un marco de institucionalidad que no fue abandonado hasta nuestros tiempos. Las reformas hicieron que el acto de enseñar o transmitir conocimientos permitiera que otros sectores de las sociedades modernas pudieran acceder a diferentes estudios.

Fue entonces, en los siglos XVIII y XIX, cuando surgió un nuevo protocolo que después sería considerado como una ciencia: la pedagogía. El sujeto educador durante esos 200 años se consolidó como una figura que fue más allá de la de proveedor de contenidos y cobró dimensión desde una postura que también considera la personalidad del estudiante. Fueron los comienzos de lo que denominamos hoy como profesora y profesor.

Los jesuitas fueron los pioneros en comprender que esa faceta era indispensable para evangelizar regiones colonizadas principalmente por España. Ellos creían en otra forma de educar a sus colonos. Básicamente, brindarles herramientas técnicas pero que respondan a sus verdaderas necesidades autóctonas.

Siglo XX

Los 100 años que precedieron a este siglo, desde distintas disciplinas y perspectivas teóricas, enmarcaron la tarea de educar dentro de las ciencias pedagógicas. La escuela pública atravesó por dos retos, el pragmatismo educativo y su funcionalidad dentro de una sociedad convulsionada, primero por las grandes crisis económicas y luego, por el antagonismo del modelo occidental con el soviético, transitando por dos grandes guerras. Donde la gente nadaba, contraía matrimonio, iba al dentista y, también, la que podía, estudiaba.

Quizás las generaciones de posguerra fueron atraídas por ese pragmatismo. Surgió el sujeto educador como maestro de artes y oficio y la educación como un derecho, con metas claras para la reconstrucción de una Europa que tenía que nacer otra vez. Esas corrientes influenciaron a América, el único continente que prometía. En África la educadora y el educador fueron misioneras y misioneros con la misiva de descolonizar y concientizar sobre la liberación de los estados, comunidades tribales e individuales. Todo un proceso.

Los desafíos

El siglo XXI generó muchísimas expectativas: el fin del mundo, la evolución al calor de la tecnología. Pero la sensación es que todavía no llegó y tenemos entre los pendientes los desafíos del siglo pasado. En este contexto, el docente es una figura clave para crear sociedades más libres.

El desarrollo constante de las tecnologías digitales y la Internet provocó que vivamos en un mundo digital fundamentado en conexiones. La manera de aprender cambió y, por ende, la forma de enseñar. El conocimiento está en red y la educadora y el educador deben ser quienes acompañen a las y los estudiantes en su proceso de aprendizaje. La tecnología por sí sola no guía; por ello, la labor del sujeto que enseña es hoy más importante que nunca. La Era Digital motivó un necesario repensar del papel de la maestra o maestro, profesora o profesor en el aula.

Está presente una sociedad tecnologizada, donde los hábitos y estilos de vida se transformaron por el desarrollo constante e imparable de las tecnologías digitales y la autopista informática Web. Las herramientas tecnológicas y el espacio virtual suscitaron nuevas formas de educar, comunicar, trabajar, informarse, entretenerse y, en general, de participar y vivir en una sociedad en red.

Se produjeron nuevas formas de alfabetizarse y se democratizó la información y los conocimientos, se requieren otras habilidades y competencias. Se volvió a esa dupla de saber crítico y saber vulgar. También hay vacíos. Y otros tantos efectos más que sustentan estos fenómenos que representan desafíos para quienes educan.

La educadora y el educador en este siglo al que todavía no le conocemos la cara, se adaptó a las metodologías de enseñanza, al nuevo entorno y tiene ante sí el reto de adquirir conocimientos, habilidades y aptitudes digitales que motiven a niñas y niños, jóvenes y adolescentes a hacer un uso crítico de la tecnología no solo en el aula, sino también en casa, en su vida social y en sus entornos de ocio.

Puede que allí se encuentre la explicación y sólo así se contribuya a construir una respuesta colectiva a los retos que plantea a la educación en la era digital.